Friday, January 19, 2007

LA SOMBRA DE BEATRIZ

Paseaba su belleza a orillas del lago Garda, su vestido bordado realzaba su figura, sus cabellos dorados eran una espiga con la que jugaba el viento, sus ojos azules podían confundirse con el tono de las aguas allí cuando el horizonte en una línea imaginaria se une con el cielo.
Lleva una sombrilla para conservar la palidez de su rostro inmaculado, camina con gracia sin saber que provoca los recuerdos del poeta.
El palacio altivo se levanta en un inmenso jardín sus paredes de mármol contrastan con la calidez y color de las flores.
Sobre las rejas negras terminadas en punta como lanzas que aputan al universo,grandes escudos de bronce cincelado parecen custodiar el espacio.
Un hombre escribe, debe terminar la obra dedicada a esa mujer niña que no solo fue su musa inspiradora, también la dueña de sus sueños.ç
Hace una pausa, se acerca a la ventana e inquieto la ve pasar a ella, no puede concentrarse, bollos de papel garabateado van llenando un recipiente.
Uno tras otro acuden a su mente recuerdos no lejanos.
Puede escuchar la risa de esa niña que jugaba en el jardín de su casa, muchas veces se acercó y con paciencia secó sus lágrimas para que mutara en la sonrisa que esperaba.
Sus ojos se encontraron, ella lo miraba desde la inocencia de su corta edad, el sintió que el corazón daba vueltas en su pecho.
No comprendía como había nacido un sentimiento tan grande que guardaría para siempre.
Quiso el destino que su musa partiera a edad temprana, no pudo despedirla, el exilio lo esperaba, su vida errante no fue capaz de traer el manto de olvido que fuera capaz de abrir las rejas de su corazón y así dejarla ir del todo.
Cada día que pasaba los sentimientos afloraban, la veía en todas partes, quería poseerla aunque sabía que en otra dimensión ella tal vez lo esperara.
Decidió salir del palacio, apurado cruzó el jardín cortó unas flores y corrió detrás de la silueta que descansaba a orillas del lago.
Agitado llegó a ella, pronunció el nombre de su amada, la jóven giró su cabeza para observar a ese hombre que la llamaba.
Ahogó su grito, dejó las flores al lado de la bella figura y comenzó el camino de regreso, no era ella, sin embargo se parecía tanto.
Al transponer las rejas del palacio notó que sus ojos se nublaban, las lágrimas rodaban por su rostro para luego anidarse en su alma.

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