Friday, July 06, 2007

ÄNGELES CON CARAS SUCIAS

El cine de mi ciudad es pequeño, tiene forma de chalet, para que se deslice la nieve, detrás de él se levantan los picos nevados, parece parte de un film.
Una vez por semana dan películas antiguas pero que jamás pasarán de moda por los temas que tratan.
Desde el afiche los ojos del protagonista me invitaban a ver “Ángeles con caras sucias”.
Compré mi entrada, quería evadirme de una relación enfermiza que había durado casi dos años, el séptimo arte en algo ayudaría.
Saqué mi entrada y el acomodador me acompañó a la butaca de la tercera fila.
Todas las sensaciones invadían mi cuerpo mientras se desarrollaba la historia de niños marginados que pese a estar al cuidado de un sacerdote, eligieron el camino más fácil y peligroso.
No podía entender como a edad tan temprana los niños empuñaban armas verdaderas para delinquir, esas actitudes demostraban la indiferencia de los grandes.
Los paisajes de la película eran hermosos, las mujeres vestidas de época le daban un toque de distinción a la barbarie, igual sus largos vestidos y las sombrillas con las que se protegían del sol no alcanzaban para disimular lo que es capaz de hacer un niño manipulado, esos ángeles de caras manchadas por el crimen eran capaces de todo.
El sacerdote oraba por el alma de los pequeños, sus oraciones no llegaban, para los chicos la vida fácil era moneda corriente, en su inconciencia no medían el peligro, en sus casas los esperaban madres que no conocían la dicha y padres que se pasaban el día presos de la bebida sin hacer nada.
Desde la pantalla Humphrey Bogart dijo mi nombre, en realidad me pidió que no fuera indiferente, que hiciera algo.
Turbada salí del cine, los copos de nieve adornaban las calles empinadas, el cielo estaba cada vez más oscuro, seguramente no vería ese anochecer la cara de la luna.
Llegué a mi casa, encendí el hogar, hacía frío, no alcanzaba para abrigar mi alma.
Preparé un café para entibiarme, busqué la escritura de mi casa, era demasiado grande para ocuparla con mi soledad.
A la mañana siguiente el tibio sol entraba por la ventana, la nieve prolijamente estaba amontonada a los costados de la acera, tomé mi camioneta y me dirigí al municipio.
Me atendió un señor atildado que no entendía cómo quería convertir mi casa, la herencia de mis padres en un albergue para niños en riesgo.
Los trámites demoraron mucho tiempo, casi un año, tuve que ir a distintos organismos para habilitarla.
Por fin conseguí tener lo que buscaba, mi casa se llama ahora “Refugio del ángel”, convivo con catorce niños y niñas, pese a mis pocos años algunos me llaman mamá, soy feliz por tener esta familia que me regaló la vida.
Estamos ampliando las instalaciones, pronto tendré más hijos del corazón.
Todos los días agradezco a esos niños que me dan todo sin pedir nada a cambio, por ellos vivo, lo demás vendrá solo

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