Monday, July 30, 2007

LA MUERTE DE ESTER

Llegó al lado del Rey Jerjes una noche de fiesta, obnubilando con su presencia a todos los presentes en el evento de despedida de Amitis.
Ese día sería presagio de lo que ocurriría en el futuro, Darío había sido asesinado por su hermano Ajerjes, la reina no pudo soportar el dolor y se recluyó en una de las torres del castillo, sabía que su marido la engañaba, pero lo más doloroso era intentar soportar la ausencia de su hijo, a su tristeza se sumaba el dolor de la traición de su marido.
Amitis estaba en otro reino disfrutando del amor del rey de Babilonia, por ello entendió que debía recluirse lejos de las miradas de todos.
Ester disfrutaba de la vida palaciega, varias doncellas estaban a su disposición en el momento que quisiera, por las mañanas untaban su cuerpo con aceites aromáticos, tenía todo, joyas, vestidos, muebles que la hacían sentir reina sin serlo.
Jerjes enviaba cada mañana a su emisario, la despertaban con el aroma de flores exóticas y presentes realizados por los orfebres del reino, a ella le gustaban todas las distinciones, pero entre moblajes de ébano y plata se sentía sola, su hombre no disponía del tiempo suficiente para complacerla.
Sabía que en una torre del inmenso palacio, la reina estaba postrada en una cama, presa del dolor de haber perdido al hijo de sus entrañas y la ausencia de Amitis, solo podía acumular tristeza.
Ester necesitaba otra vida, se había cansado de los obsequios fastuosos, Jerjes apenas le dedicaba unos minutos por día para que no se extinguiera el fuego de la pasión.
Una noche tranquila, Jerjes partió rumbo a Atenas con el propósito de conquistar otras tierras.
El destino le señalaba la oportunidad, con la participación de un emisario del monarca trazó un plan macabro, debía matar a la reina, sería la única forma de terminar con su papel de amante del monarca.
Jerjes en plena epopeya recibía un recipiente de oro y plata, en él inerte descansaba el corazón de la reina.
Ester sintiéndose sola, convocaba a fiestas imperiales, se entregaba a los brazos de otros hombres, disfrutaba de una vida sostenida con recuerdos.
Una noche posterior a un baile, un eunuco la invitó a los jardines, sus siluetas se unieron al conjuro de las estrellas, en ese instante de amor y furia, de sus ropas sacó una daga, mientras besaba a Ester con pasión descontrolada hundió el filo brillante del arma en el cuerpo de la mujer admirada por casi todos.
Ester se desangraba en los jardines, al eunuco poco le importaba, otra vez más sería fiel a su reina

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