Tuesday, May 13, 2008

HELENITA Y SUS MIEDOS

Era la hija menor de un matrimonio poseedor de una gran fortuna.
Habían logrado casar a sus otros hijos.
El tiempo no pasaba en vano, Augusto quería irse de la tierra tranquilo, con su hija menor desposada.
Vivían en la mansión más linda de la comarca, se accedía a ella atravesando jardines y puentes que cruzaban lagunas artificiales, en ellas los pececitos multicolores danzaban todos los días al compás del canto del agua cristalina.
Helenita había estudiado en los mejores colegios, obtenía las mejores notas, provocando el regocijo de su padre, para el amor era esquiva, nada la conformaba.
Una noche su progenitor realizó una fiesta de gala, a ella acudirían hombres jóvenes y acaudalados.
La mansión estaba preparada para la ocasión, las mesas dispuestas en el jardín, en el centro de ellas arreglos florales de los que emergían delgadas velas blancas.
Una orquesta matizaba la espera, los empleados de la casa esperan a los invitados, los agasajarían con exquisitos manjares elaborados en la casa.
Contrariando a su padre la muchacha eligió un vestido negro, de pollera amplia, el talle terminaba con un corset de raso profusamente bordado, en su cuello de cisne luciría una joya de la familia, el colgante era una esmeralda, hacía juego con el color de ojos de la jovencita, el cabello suelto sería adornado por una fina tiara, al verla, su padre quedó conforme, la menor de sus hijas mostraba toda su belleza, seguramente esa noche podría concretar el sueño de verla casada.
La fiesta se desarrolló normalmente, los invitados agradecían el evento.
En el momento del baile, Eugenio sacó a bailar a la muchacha, todos admiraban la belleza de ambos, parecían sacados de un cuadro.
Helenita manifestó no sentirse bien, fingía que no veía, de a poco los invitados se fueron retirando.
Eugenio sollozaba, amaba a esa mujer desde hacía tiempo, en el bolsillo de su saco descansaba el estuche con el anillo, tenía pensado pedirla en matrimonio.
El padre turbado convocó a los mejores especialistas, pagaría cualquier suma a quien le devolviera la visión a su hija.
Ninguno de los profesionales encontró la respuesta a la ceguera repentina de la jovencita.
Uno de ellos, con varios años de experiencia se animó a decir que Helenita fingía, no tenía ninguna enfermedad que afectara su vista, aseguraba que la muchacha solo tenía pánico.
Pasó el tiempo, Helenita seguía sola, era la heredera de una inmensa fortuna, sus asistentes se cansaron de los caprichos de la mujer, la dejaron sola, así sería el resto de su vida.
Moraleja: Cuándo abras tu corazón a los sentimientos, ellos se manifestarán ante tus ojos.

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