Friday, August 22, 2008

EL ABANICO




No podía despegarse de su amuleto, hasta que un día descubrió que no servirían los talismanes para lograr el amor.

Se habían conocido en un concierto, a los dos les gustaba la música, esa noche el teatro estaba colmado, un pianista de renombre internacional lo visitaría, esperó a su hombre, nunca llegó a la cita.

Debía vestir en forma elegante, la ocasión lo ameritaba, con la ayuda de sus amigas, se preparó para el evento.

Optó por un vestido azul, haría juego con sus ojos, el talle ajustado permitía adivinar sus curvas esculpidas.

No llevaría joyas, solo un broche ajustaría el cabello dorado como el trigo.

En las manos un abanico profusamente bordado, regalo de su abuela, lo utilizaba para ocasiones especiales ,las varillas de marfil contenían las puntillas de encaje.

Llegó al teatro con tiempo, disfrutó del cóctel, todo a su alrededor era mágico.

Los hombres la miraban, asombrados ante tanta belleza, un leve rubor se apoderó de sus mejillas.

El acomodador los invitó a entrar a la sala, del techo cóncavo pendían arañas con lujosos cristales, asemejando gotas muy parecidas a las lágrimas de una mujer enamorada.

Las luces fueron bajando, un reflector iluminaba el escenario, en segundos aparecería el pianista.

Lo recibieron de pié, con aplausos y aclamaciones.

Las manos del artista cual pájaros acariciaban las teclas del piano arrancando las más bellas melodías.

El palco que ocupaba estaba ubicado cerca del escenario, frente al piano, la belleza de la música la transportaba, tuvo la sensación de estar desnuda, los acordes se apoderaban de su cuerpo, buscó el abanico para ocultar la vergüenza que la invadía al sentirse tan expuesta.

No lo encontró, nerviosa miró su falda, tampoco estaba en el piso.

Trató de cambiar sus pensamientos, concentrarse en las melodías, en ese instante advirtió que su abanico estaba sobre el piano.

El artista le dedicó una sonrisa.

Al finalizar el concierto el teatro quedó solo, estaban ellos dos en la inmensidad de la sala.

Le ofreció una sinfonía, no sabe cómo, ahora estaba en el centro del escenario, intentó recuperar su abanico, en ese instante el interprete se incorporó, los brazos rodeaban su talle, el fuego de las bocas propició besos lánguidos hasta convertirse en una hoguera de cuerpos que se encuentran.

Hoy están juntos, ella no sufre por la pérdida del abanico, encontró el amor verdadero, la música y los sentimientos acompañarán el resto de un destino compartido.

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