LA RUTA DEL VINO

Etienne es un hombre mayor, Diana, una bella española fue la mujer de su vida, con ella compraron en el siglo XIX un predio en el sur de Francia.
Conservarían la propiedad que los padres de ella le habían legado, quedaría al cuidado de amigos.
Edificarían su destino en el pequeño poblado francés, construyeron su casa en un extremo de la parcela, el resto sería dedicado a cultivar viñedos que con el tiempo serían apreciados más allá de la comarca.
Diana no extrañaría sus raíces, levantada la cosecha pasarían temporadas en la estancia Santa María, ubicada en un estado español.
La vida premió a la pareja con la llegada de los hijos, la casa se agrandaba de acuerdo a las necesidades.
Cristian y Emanuel fueron el fruto de un amor que trascendería todos los tiempos.
Ambos recibieron idéntica educación, para los padres eran iguales, el tiempo establecería las diferencias.
Diana partió cuando el hijo mayor cumplía ocho años.
Etienne le brindó lo mejor a sus hijos, era difícil en aquella época criar a dos niños sin tener una compañera.
Atravesó todas las dificultades que le interpuso el destino.
Como un eximio alquimista repartía el tiempo, no descuidaba a los chicos, tampoco el negocio que florecía.
Cristian no tenía apego por la tierra, cumplida la mayoría de edad decidió mudarse a España.
En poco tiempo la propiedad de Santa María sería un caos.
El padre enfermó gravemente, quería dejar todos sus bienes a nombre de Emanuel, no sabía que en ese entonces la herencia correspondía al primer hijo.
Emanuel trató de ubicar a su hermano para comunicarle la noticia, jamás lo encontró, supo que había tenido una vida disipada en la que preponderaban las mujeres y el poco interés por el trabajo.
Resolvió dejar los viñedos franceses en manos confiables y viajar a Santa María.
Buscó sus ahorros, la fortuna de su padre estaría bloqueada hasta que apareciera su hermano.
No se asustó, emprendió la ruta del vino, caminado.
Emplearía varios días y sus noches para cumplir su objetivo.
Descansó en lugares insólitos, la noche alguna vez lo encontró en la espesura de los bosques.
Tuvo miedo al cruzar los Pirineos, la nieve no perdona al primerizo.
Pese a todas las contingencias un mediodía llegó a los alrededores de Santa María, el dueño de una posada le ofreció abrigo y alimentos sin pedirle nada a cambio cuando conoció sus orígenes.
Santa María era inhabitable.
La casa estaba poblada de roedores y suciedad.
Los viñedos eran una maraña de ramas, lejos de bajar los brazos contrataría a Leonor para que lo ayudara en las tareas de la casa.
Le llamó la atención el niño que la acompañaba, era un calco de su hermano.
En el pueblo le dijeron que Leonor era la madre del hijo de Cristian.
No quería espantar con semejante revelación a la mujer que sostenía sola a su sobrino.
Pese a lo burdo de la vestimenta, los modales toscos, no había dudas que había sido hermosa.
La cosecha para elaborar vino blanco fue más que exitosa.
Tiempo después donaría la propiedad a Leonor y su hijo.
Regresaría al sur de Francia con la tranquilidad de haberle dejado un futuro a su cuñada y sobrino.
Algún día revelaría su identidad, podría integrarlos a la familia, todos esos avatares los dejará en manos del destino.

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