Sunday, April 28, 2019

DESOLACIÓN




Es el adjetivo que más se acerca a mi realidad.
A esta hora hace cuarenta y cuatro meses, te faltaba poco menos de una hora para despedirte del mundo terreno.
Como todos estos meses desperté a las cuatro y veinticinco de la madrugada.
¿Por qué?
Quienes me conocen saben que a esa hora me sorprendiste con las que serían tus últimas palabras.
Con voz clara.
No la que tenías los días previos, que solo yo podía entender, dijiste tu lugar de residencia.
Desolada por la cercanía de la muerte, atiné a preguntarte ¿Con quién vivís en ese lugar?
Aparecería la última muestra del amor filial, ¡Con mi mamá!
En otro momento donde la enfermedad no hubiera arrasado con tu cuerpo, hubieras dado a conocer otra de tus sabias reflexiones.
¿No comprendés mamá que no tengo en cuenta el entorno y en mi mundo solo estamos vos y yo?
¿Complejo de Edipo?
Nunca.
Jamás intentaste competir con nadie.
Naciste sabio.
Con sabiduría te alejarías para siempre del ingrato mundo de los terrenales y algunos pocos humanos.
¿Por qué hago esa diferencia?
Es simple,
Son casi todos terrenales aquellos que transitan los senderos de Gea.
Solo tienen la categoría de humanos quienes cubren idéntico recorrido, habiendo asimilado los valores que le fueran inculcados desde pequeños.
¿Estoy discriminando?
No.
No es mi estilo.
Solo se reconocer las diferencias que aparecen a simple vista y deducción.
Hoy no es un día más en la vida de quien escribe.
Hace cuarenta y cuarenta y cuatro meses pasé al horror de tener que presenciar la muerte del ser que más amo en la vida.
¿Han pensando en cada una de sus realidades tener un hijo muerto?
Seguramente la mayoría de las respuestas sería negativa.
Es entendible.
Son nuestros hijos quienes deben despedir a sus mayores.
Ellos deben continuar para concretar sus proyectos.
¿Con dolor?
Por supuesto.
Los senderos de la vida son tan enigmáticos como los de la muerte.
¿No es hora que cambiemos paradigmas obsoletos?
Mentes conservadoras que me leen antes de criticar por favor les pido razonamiento.
¿Ustedes han pasado por la experiencia de tener un hijo muerto?
¿Cómo hicieron para aceptarlo?
¿Pudieron encontrar consuelo ante la visión terrorífica de presenciar la inmovilidad de alguno de sus hijos?
¿Cómo se atreven a criticar las palabras de una madre que no puede aceptar la ausencia eterna del ser más amado?
¿Saben que lo traje al mundo para que viva?
¿Pueden colocarse en mi lugar?
¿Sirven las palabras de consuelo?
No.
Se aceptan.
Se agradecen dependiendo de quienes provengan.
¿A que se debe establezca la diferencia?
Aún cuando les resulte increíble, he conocidos seres tan nefastos como ignorantes que deducen que los seres que han vivido más que otros pueden morir.
No me preocupa la ignorancia supina de los que adhieren a la ignorancia.
Es un mal endémico que jamás encontrará cura.
No deseo darle importancia a seres irracionales que viven en el mundo de la mendacidad.
¿Por qué?
No lo merecen.
Querido mío, como pocos sabés que una de mis adicciones es leer para luego investigr.
Ello me llevará a llegar, a ciertas conclusiones.
Lyn Yu Tang, reconocido pensador hindú, se sorprendió al ver a un labriego cantado mientras ofrenda al agua las cenizas de su mujer.
No tardó en preguntarle ¿Por qué obraba de esa forma?
Con la sencillez propia de quienes trabajan y no son reconocidos, respondió.
“De la nada vino, a la nada vuelve”
Sin dudas dueño de un potencial y sabiduría mayúscula.
¿Puedo imitarlo?
De ninguna manera.
Pensar que al cumplir con tu voluntad y tu cuerpo amado sería convertido por el calor insoportable en cenizas, estruja un poco más el corazón.
¡Me gustaría que prontamente, dejara de palpitar.
Es la única manera de encontrarme con vos.
¿Sabés por qué hoy elegí como imagen las flores de un balcón?
Intenté recrearan los balcones del cielo en el que hasta pocos meses antes creía?
¿Por quñe he cambiado de opinión?
Poseo la respuesta.
En todo este tiempo transcurrido nadie me ha demostrado la existencia de vida en otras dimensiones.
¿En que se basan mis conclusiones?
En la intensa lectura de los científicos dedicados a las neurociencias, en la palabra de los teólogos.
En mi propio raciocinio.
No es mi intención quitar a mis lectores el tiempo.
Horror, desamparo.
En este instante del mino día de hace cuarenta y cuatro meses tu corazón dejaba de latir.
Tu hermosura había trascendido la gelidez, de la muerte.
No tardó en llegar un ejército de médico y enfermeras para certificar la ausencia de vida.
¿Sabrían que fue una ridiculez, invitarnos a tu prima y a mí, para que nos despidiéramos?
¿Puede una madre dejar de pensar un solo instante en la muerte del ser que más ama en el orbe?
Inútiles.
Nunca entenderé esos protocolos, alejados del amor inconmensurable.
¿A quién le importa la hora del fallecimiento de una persona?
¿Cierta costumbres no deberían cambiar?
¿Lo hacen para disfrazar los errores que han cometido?
No seré yo quien los juzgue.
¿Pueden mirar a los ojos a su descendencia?
¿Qué pensarían esos pequeños de un padre que toma un cuerpo como si fuera una presa de caza?
Tesoro de mi alma desamparada, hoy elegí un balcón florido.
¿Por qué?
Deseo recrear en mi mente, aquello que me inculcaron de pequeña.
Pensar en la existencia del cielo u los ángeles guardianes.
Concluir en que aquellos poseen alas para ascender a las alturas.
Ilusa.
Quiero direccional mi pensamiento.
Despejar las tinieblas.
Querer estar nuevamente a tu lado.
Dar por válida la existencia del cielo.
Aferrarme a los nueve cielos, recreados por el poeta florentino Dante Alighieri, en su obra cumbre “La divina comedia”.
No es mi intención ser Beatrice.
Deseo pensar en la probabilidad de la existencia de la bóveda celeste.
¿Estás allí?
¿Podrías reservar un pequeño espacio para mí?
¡Quiero llegar!
Tesoro sabés que te amo más que a nadie en el mundo.
Quería prometerte no llorar.
Es imposible.
Olvidaste enseñarme a vivir con tu ausencia.
Por favor, nunca olvides cuanto te quiere tu mamá.

https://www.youtube.com/watch?v=VmfqHxRtFOc

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