Friday, June 29, 2007

LA CASA DE LOS MISTERIOS

Se erguía en un coqueto barrio de las afueras de la ciudad, protegida por altas rejas que terminaban en forma de lanza.
El parque inmenso otrora albergaba flores, hoy la gramilla llegaba a las ventanas de la planta baja.
Antes de llegar a la entrada, unas columnas sostenían enredaderas perennes, en cualquier época del año era un estallido de perfume y color.
En la parte trasera, alineados en el parque estaban los árboles frutales.
Ella desde el altillo alegre observaba el paisaje, al fondo recostada en una pared una fuente con una cascada de transparentes aguas acompañaban la melodía de los pájaros.
Era el lugar de la casa que la dueña prefería para esperar el crepúsculo, sus manos aleteaban sobre el teclado de un viejo piano.
La música indicaba sus diferentes estados de ánimo, los vecinos hacían silencio les gustaba sentirse transportados a otros espacios de la mano de las melodías que ejecutaba esa mujer misteriosa.
Nunca habían visto su rostro, sabían por los comentarios de aquellos que alguna vez la vieron que era una mujer hermosa, en la mirada anidaba un dejo de tristeza.
Unos años antes en el lugar se produjo un incendio que dejaría marcas en todo su cuerpo, a partir de ese instante nunca salió a la calle.
Como un ritual todas las tardes subía al altillo para acariciar a su fiel compañero, el viejo piano.
Pasaron muchos años, la moradora de la mansión precisaba otros cuidados, los médicos decidieron internarla en un geriátrico, allí recibiría todo lo necesario.
Hoy nuevamente el sol asomó a mi vida, decidí caminar una vez más, necesitaba que la brisa despejara mi tristeza.
No puedo precisar cuanto tiempo estuve caminando, si que al atardecer llegué al frente de la casa de los misterios, las rejas de la entrada no tenían llave, entré a recorrer el parque, mientras observaba la danza de la cascada de agua, sentí otra presencia cercana, levanté la vista, las cortinas del altillo se mecían en la ventana allí percibí el llanto de un piano que dulcemente recordaba a su dueña que hacía unos cuantos años había partido al reencuentro con sus seres amados.
Rapidamente crucé los jardines, la magia del piano había transformado el lugar, el aroma a césped recién cortado me llenó de temores, en un cantero un jazmín ofrecía el perfume de sus primeros pimpollos, debajo de él una luciérnaga le había robado un rayo plateado a la luna.
El espíritu de la dueña de casa, por última vez callaba el sonido del piano.

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