Tuesday, September 18, 2007

LATRISTEZA DE LEMING

Leming viajaba por el mundo su tarea de investigador así lo requería, en las horas libres desarrollaba su hobby,escribir cuentos.
Como académico nada había que reprocharle, conocedor del mundo volcaba su experiencia en las conferencias que dictaba en cualquier lugar del planeta, había tenido la suerte de conocer todos los paisajes, todas las culturas.
Investigador nato tomaba nota de todo aquello que podría beneficiar su trabajo.
Pronto estaría disertando en una Universidad que no conocía, eso lo excitaba, sabía como tratar a los asistentes de sus clases magistrales, le gustaba recibir los aplausos cuando terminaba sus exposiciones.
Apurado salió del aeropuerto, era difícil abordar un taxi que lo llevara a destino, tuvo suerte, en minutos consiguió uno.
Le pidió al chofer que bajara la radio, en el trayecto terminaría de escribir un cuento dedicado a su hija que precisamente estudiaba en el centro de estudios hacia donde el se dirigía.
A mitad de camino el cielo límpido comenzó a tomar el color gris de las nubes que preludian las tormentas, era normal en esa época, los árboles comenzaban a quedar escondidos detrás de una espesa cortina de agua, la bruma envolvía el automóvil, los relámpagos dibujaban con colores violetas el cielo, Él seguía escribiendo.
Junto al grito de los truenos se escuchaban las sirenas de las ambulancias pidiendo paso, la radio informaba que en la facultad un alumno había disparado contra sus compañeros.
En un segundo todo era un caos, el tráfico había sido cortado a dos cuadras de la Universidad, atravesó las cintas que acordonaban el lugar, el corazón le gritaba que su hija estaba en peligro, corrió hasta quedar sin aliento, los disparos se sucedían, saltó por una ventana, el agresor se había escondido en los jardines que rodeaban el edificio.
Entre varios cuerpos acurrucados detrás de los bancos Sara agonizaba, la tomó entre sus brazos, no quería que la muerte la encontrara sola, apoyó la cabeza de su hija sobre sus piernas, intentaba leerle el cuento que le había dedicado, era tarde, en ese instante la joven moría, suavemente acarició los ojos de la muchacha para cerrarlos eternamente.
Varios agentes lo sacaron del lugar, rompió el escrito que ya no tendría dueña.
Los pequeños papeles volaban cual pájaros que buscan la libertad.
Leming lloraba en soledad, jamás volvió a dar charlas en ninguna parte, rechazaba todas las invitaciones, el dolor se había apoderado de su cuerpo y de su mente, nunca más pudo escribir un cuento.

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