SIN SUEÑOS

No importa el género.
Puede ser el hombre que está sentado en el cantero que sostiene el árbol añoso buscando sombra reparadora o la mujer vacía de sentimientos que tiene un solo argumento que enarbola como bandera.
No son seres especiales, sino mentes dispersas.
A veces transitan el estado de alerta permanente con el único objetivo de enfrentar a los fantasmas que solo nacen en la imaginación.
Ese estadío los ha llevado a entablar luchas internas que no comparten con nadie, aún a sabiendas que podrían aliviar la tortura que nace en las mentes confundidas.
No, no están enfermos.
Tal vez aferrados a creencias han subvertido los valores.
No les importa que sus actitudes hoscas porduzcan rechazo.
¡Qué solo de soledades deben sentirse!
Los micros de la colonia de vacaciones están alineados, los más pequeños y los que no lo son tanto pasarán otro día de sol.
El natatorio los espera, cabezas cubiertas de gorros multicolores,
Profesores y ayudantes cuidarán que ninguno se lastime con movimientos bruscos.
Sumergidos en el agua sus cabezas asemejarán coloridas boyas.
Las risas se suceden.
Surge alguna queja cuando los mayores indican que es hora de tomarse un descanso.
Almuerzo en mesas dispuestas bajo los árboles.
La actividad de los chicos es continua.
Estela es profesora de gimnasia acuática, al ingresar al establecimiento no pudo dejar de observar al extraño sentado debajo del árbol.
Sabe por sus compañeros que pasa horas en la misma posición, ausente de aquello que ocurre a su alrededor.
Con movimientos casi imperceptibles desarma un sobre de madera.
Por el cuidado que emplea cualquiera pensaría que guarda recuerdos, esos que no desea se lleve la brisa del estío.
Desilusión al observar una botella, bebe con ansias, igual que los que encuentran un oásis en el desierto.
Estela le comenta al grupo la rutina del día, a las clases de gimnasia acuática incorporarán trucos.
Los chicos quieren empezar rápidamente, deberán esperar un par de horas antes de ingresar a la pileta.
Estela observa al extraño.
La botella vacía rueda por las baldosas de la plaza silenciosa.
El clima riguroso ha alejado a ruiseñores y mariposas.
El hombre convulsiona.
El ulular de las ambulancias corta el silencio.
Los paramédicos reaniman al ser extraño.
Vías de suero son colocadas con urgencia.
Estela se acerca.
Antes de ingresarlo en la unidad móvil, el hombre alcanza a pronunciar algunas palabras.
La mirada ausente conmueve, también las lágrimas que ruedan por las mejillas del hombre solo y sin sueños.
Con las pocas fuerzas que le quedan toma la manos de la profesora de gimnasia.
El pedido es una súplica.
Estela trata de calmarlo, ha entendido que el ser sin sueños quiere pedir perdón y no sabe como hacerlo.

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