Friday, April 06, 2007

COSA JUZGADA

La única razón por la que vine es para ser juzgada.
La sala del juzgado es pequeña para albergar tanta gente.
A la izquierda se sientan los fiscales y sus secretarios, a la derecha yo( la acusada) junto a un defensor de oficio.
En el frente las sillas con el terciopelo raído esperan a los jueces.
En la pared descascarada descansa un crucifijo, la fé que une a todos parece renovar el marfil donde un artista talló la figura, para terminarla en una cruz de madera.
Esta mañana me levanté casi al alba, el agua fría de las duchas corría por mi piel desnuda, Estela mi compañera en la prisión, me prestó un trajecito para asistir al juzgado.
Por fin dejo el guardapolvo gris que es mi uniforme en la cárcel, tiene el mismo color que hoy tiene mi alma.
El trajecito azul hace juego con mis ojos que parecen dos cuencos vacíos de lágrimas.
Una cinta anuda mis cabellos.
La celadora abre las puerta de la celda me cruza las manos en la espalda y caminamos hacia la salida, atrás quedan las baldosas rojas, otras rejas rítmicamente se abren y cierran a nuestro paso, en cada cubículo enrejado otras mujeres destejen sus sueños.
El camino hacia el juzgado me permite sentir el aroma de la libertad, aun cuando lo haga desde una ventanita pequeña, observo impúdicos en las veredas a los árboles desnudándose.A sus pies algunas flores aún conservan los colores, los pájaros buscan sus nidos.Llegamos.Dentro
del juzgado, un oficial femenino, me quita las esposas, mis muñecas tienen la marca roja de los precintos, ahora puedo moverlas dibujar en el aire una caricia.
Nos ponemos de pié, entran los jueces, esos que dictarán sentencia.
El fiscal con voz monótona lee el expediente, su voz suena lejana, pero en mi aviva cada recuerdo.
Es cierto ésa tarde volvía de mi trabajo, contenta, había logrado un ascenso, decidí caminar hasta mi casa, las hojas del otoño formaban una alfombra bajo mis pies, me gustaba el crujido cuando mis pisadas las quebraban.
Me detuve en un kiosco para comprar los chocolates que a él le gustaban, en la esquina una anciana vendía flores, elegí el ramo más bonito.
Esa noche con mi pareja podríamos proyectar el futuro, el ascenso nos permitiría vivir con más holgura, quizás realizar un viaje para estar más tiempo juntos.
La puerta de entrada del edificio permanecía abierta, el portero lustraba los bronces, decidí subir las escaleras, al llegar al segundo piso comencé a escuchar música, a medida que ascendía el sonido era más fuerte, grande fue mi sorpresa venía de nuestro departamento.
En el perchero del comedor dejé la cartera, necesitaba ir a la cocina por dos copas, este momento sería único e irrepetible.
Lo llamé varias veces, bajé el volumen de la música, parecía que no había nadie, al llegar a la suite se escuchaban los jadeos y risas de una mujer.
Abrí la puerta, no notaron mi presencia.
En nuestra cama estaba disfrutando con otra, debía compartir sus besos, los cuerpos entrelazados bailaban una danza frenética.
Lentamente salí, las lágrimas nublaban mis ojos, pero no la razón, sabía que en el escritorio él guardaba un arma.
Regresé sobre mis pasos esta vez abrí la puerta con violencia, antes que pudiera emitir palabra un disparo certero quedó alojado en su corazón, a ella la dejé ir.
Terminada la lectura, el juez me pide me ponga de pié, antes de escuchar el veredicto, hago uso del derecho de hablar por última vez.
Allí frente a los jueces me declaré culpable, lo maté por amor, no quiero mi libertad, no tiene sentido vivir si él.

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