Wednesday, April 25, 2007

CUENTO MUSICAL

Con tanto conocimiento enloqueció al punto... de convertirse en una nota musical.
Entre claves de sol y corcheas fue dibujando en el pentagrama una melodía.
Pensó que no necesitaría mucho para crearla, con esa intención la noche anterior se había detenido en forma casual a leer el foro de un diario, los artistas regalaban sus cuentos.
Quería alejarse de las noticias que se repetían día a día, muertes que opacaban la vida quitándole su valor esencial.
Políticos que desde un estrado prometían metas inconclusas e inalcanzables para el común de la gente.
La tarde caía vistiendo el lugar con el misterio de la oscuridad, afuera sobre la Bahía del Encanto tímidos copos de nieve se estrellaban en el suelo, un manto blanco le recordó un vals de Strauss, en su mente sonaban las “Rosas del Sur”.
La veía a ella envuelta en su traje azul, sus pies descalzos dibujaban figuras, él la tomaba de la cintura y la hacía volar aún cuando escondiera sus alas.
Era hermosa.
Le pidió a Wagner el Anillo de los Nibelungos, sabía que lo conseguiría para entregarselo a su amada.
En su sueño nítidamente escuchaba a Beethoven, su “Oda a la Alegría” sería la música perfecta para declararle amor a su enamorada.
No sabía el nombre de esa mujer tan bella que con una mirada le había robado su corazón.Tal vez se llamara Aída como la ópera de Verdi.
Necesitaba concentrarse no podía creer que el amor se manifestara de una forma tan loca.
La noche caía, lejos de la bahía observaba una estrella, una nube intentaba ocultarla.
Sentado en el taburete frente a su piano, sintió que estaba cansado, se alejó del teclado.
Una música extraña acunaba sus sueños, "Voces de primavera"le devolvía el aroma de las flores, se asemejaba al ramo que alguna vez con amor infinito había pedido al florista que armara.
Recordaba los pétalos rojos vestidos de nácar, y allí estaba ella esperando.
El vino que sostenía en su mano lo llevó a un sopor profundo, en su mente bailaban todas, se destacaba ella, hermosa como la figura del camafeo que su madre orgullosa lucía en el pecho.
Tomó una manta, apagó su pipa y la dejó sobre la mesa, el calor de la frazada se parecía a los abrazos de ella, cálidos acompañaban sus respiración.
No sabe cuanto tiempo pasó, afuera el cielo se teñía con los colores del amanecer, una sinfonía de rosas y violáceos acompañaba su despertar.
De pronto una batería rompía la armonía, su vecino del cuarto piso a toda voz cantaba “Mariposas de colores”.
En ese instante de ruido decidió ser parte del pentagrama, solo, en silencio buscaría a la musa que lo inspiraba.

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