Tuesday, June 10, 2008

EN BÚSQUEDA DE LA PAZ

Anadyr era una pequeña población situada sobre las costas del mar de Bering, en una zona militar del puerto estaban los submarinos, solo tenían acceso a ella quienes trabajaban en la base, previamente debían presentar sus credenciales.
Dimitri supo que esa zona era codiciada por otros países, la tomarían por la fuerza, poco les importaba los habitantes de la aldea, querían apropiarse de la flota de submarinos para llevarlos a otros sitios del orbe.
La población alcanzaba los trescientos habitantes, una zona donde el rigor del invierno se hacía sentir, ningún abrigo podía mitigar el frío.
Durante meses nuestro protagonista planeó la fuga del pequeño pueblo, sabía que el derramamiento de sangre no dejaría a un solo ser vivo.
La flota de submarinos apenas se elevaba de la superficie, los periscopios erguidos emergían del agua, lentes poderosas vigilaban todo.
Esa noche nadie durmió en el poblado, todos preparaban la travesía que permitiría salvar sus vidas, llevarían los objetos más necesarios, ropa, documentos y alguna fotografía que les recordara a los seres amados que habían partido en otras contiendas.
Al amanecer partirían, el destino se mantenía en secreto para preservar a los viajeros.
La nieve arreciaba con fuerza, las mujeres llevaban en brazos a sus hijos más pequeños, los cubrían con mantas para protegerlos del invierno riguroso, los chicos más grandecitos hundían sus piecitos en la nieve, calzaban sus gorros que apenas dejaban ver sus caritas heladas.
El cielo comenzaba a teñirse de rosados y celestes, el viento gélido hacía saltar las lágrimas.
Dimitri sostenía un papel en sus manos, a medida que las familias abordaban la nave, tachaba los nombres.
Estaban todos.
Se cerraron las compuertas, lentamente el submarino comenzó a sumergirse en las entrañas del océano, allí los pasajeros supieron que se alejarían para siempre de ese pueblo que se convertiría en un fantasma.
Viajarían varios meses, las provisiones estaban aseguradas para sobrevivir semejante travesía.
El mar mecía la nave, parecía los brazos gigantes de una madre acurrucando a sus hijos.
Llegaron a destino, estarían en otro sitio de nieves eternas para no extrañar el terruño.
De a poco fueron edificando las viviendas, los hombres trabajaban en las minas de carbón, las mujeres vendían dulces para ayudar.
Todo se desarrollaba en armonía, las viviendas edificadas con las manos de los viajeros tenían el valor del amor.
Ese pueblo existe en el sur de nuestro país, todos aprendieron a hablar nuestro idioma, una vez por mes se reúnen en la plaza del pueblo, encienden antorchas para recordar a los que no están, beben una copa de vodka para calentar sus cuerpos.
Aprendieron que las distancias no existen cuando se busca la paz verdadera.

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