Monday, June 09, 2008

ROMPEHIELOS

Igor se despidió de su familia, no los vería en meses, atrás quedaba la belleza de San Petesburgo, al día siguiente debería estar en el puerto Munsmark, haría el trayecto en su vieja camioneta, llegaría al amanecer, era verano, pese a ello el frío se hacía sentir, como látigos el viento golpeaba la cara del marino.
El sol tibio iluminaba la costa majestuosa del mar Ártico, como un fantasma gigante anclado el rompehielos Taymyr, los colores rojos y negros de la proa contrastaban con el blanco de la nieve.
Un asistente llevó el equipaje al camarote de Igor, era cómodo, la calefacción funcionaba, ordenó unos papeles, buscó un abrigo y subió a la proa.
El ulular de las sirenas anunciaba la partida, lo acompañarían un centenar de hombres, con sus historias.
La nevada era copiosa, se posaba en el rompehielos cual gaviotas intentando llevar sus caricias de hielo a la tripulación, muchos meses estarían alejados de sus familias.
Estaban acostumbrados a la distancia, recorrerían todos los mares para prestar ayuda a otro buque que estaba en emergencia.
Las aguas del Atlántico cambiaban constantemente, al alejarse del puerto eran de color gris profundo, muchas millas más adelante tomarían una tonalidad turquesa, eran más cálidas.
Los binoculares le permitían al capitán observar playas de fina arena blanca, vegetación que no había conocido, en el próximo puerto cargarían combustible y alimentos para la tripulación.
Pasaron varios días, de lejos observaban al Almirante Irizar, se comunicaron por radio con el capitán, estaba bien, pese a que la embarcación, parecía que desaparecería por el fuego , para adentrarse en las aguas del océano.
Otras aguas heladas esperaban la ayuda que venía de lejos.
Alineados en el puerto con sus uniformes naranjas con salvas y estruendos le dieron la bienvenida.
El frío era tan intenso como los inviernos rusos, palparon la existencia de otro continente blanco.
En el comedor de la base Marambio preparaban una cena para agasajar a los recién llegados, mañana descargarían la preciosa carga que Taymyr traía en sus entrañas.
Quedaron en el lugar unos pocos días, durante dos años serían los encargados a llevar ayuda desde el continente.
Otra vez en el mar, el capitán pensaba en su familia, en pocos meses podría abrazarlos.
El camino de regreso parecía más lento, los alimentaba la ansiedad de abrazarse a los suyos.Igor tendría nuevas historias para contarles a sus hijos, volvería a la Antártida Argentina hasta que el rompehielos fuera acondicionado nuevamente.
En Musmark, Irina esperaba a su marido, los besos y abrazos fueron capaces de derretir tanta nieve.
Igor había acumulado experiencia, no le importaban las inclemencias del tiempo, este viaje le había enseñado que las distancias no existen cuando el camino es guiado por la solidaridad.

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