Wednesday, March 14, 2007

EL GORRION DE PARIS

Desde muy pequeña conoció la fama, su padre trabajaba en un circo, ella admiraba las acrobacias cerca de la pista, mientras tarareaba canciones de la niñez.
París salía de la postguerra, la niña tenía tan sólo cuatro años.
La vida no había sido pródiga, desde entonces se adivinaba que no sería una mujer bella.
De pronto su mundo se convirtió en tinieblas, no podía apreciar el paisaje dorado de las afueras parísinas, allí donde se erigía su casa, tampoco podía compartir los juegos con amiguitos, sus manos no reconocían un osito de peluche y un león que su papá le había regalado.
En la casa todo era desorden su madre encontraba paliativos a su tristeza bebiendo.Cansado su padre partió, el destino de la niña era incierto.
En la adolescencia recuperada la visión para ganarse la vida cantaba en cualquier esquina, allí comenzaría su camino a la fama, no lo había buscado pero tampoco lo despreciaría.
Nadie reparaba en esa pequeña figura poco agraciada, sin embargo las cuerdas que jugaban en su garganta la convertían en un gigante.
Episodios turbios plagaron su vida, otros la sumieron en una profunda tristeza como la muerte temprana del fruto de sus entrañas, Celeste su hija también había partido.
Estaba en soledad absoluta, la que quebraba entregando su cuerpo a actores que más tarde serían famosos.
Su voz recorría y estremecía el mundo, recibía aplausos en cualquier lugar del planeta, pero el pequeño pájaro no tenía a nadie que la esperara en su nido.
Lágrimas y canto salían de esa garganta privilegiada, cansada de su situación se entregó a la morfina.
Durmiendo podía acaparar para sí, paisajes, amores y nostalgias.
Cuando salía del sopor seguía regalando su voz a quien quisiera escucharla.
Estaba delgada, pequeña parecía una sombra que vagaba sin rumbo cierto, su amante decidió protegerla, la refugió en una casa llena de flores.
Al atardecer los gorriones regalaban su trino, con su melodía llamaban a las estrellas, la luna curiosa salía a escucharlos.
Lentamente los árboles dejaban crujir en el suelo sus hojas doradas, los pétalos de las flores lo tapizaban.
Pequeñas plumas volaban buscando el universo para depositarse en el lugar que descansan los grandes.
Días antes del otoño en penumbra las alas de los ángeles velaban su sueño, el gorrión para siempre replegó sus alas.

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