Saturday, March 31, 2007

BAJO EL ARBOL DE CEREZAS

Todos los días la adolescente caminaba por la ladera de la montaña, el verde de éstas a medida que se elevaban se transformaban en piedras de puntas afiladas de mil colores que intentaban acariciar el cielo.
A ella le gustaba escalarlo, tarea que le insumía buena parte del día.
Temprano preparaba su mochila, cargaba una brújula, agua y los alimentos que amorosamente le preparaba su madre.
Ese día algunas nubes cubrían con sus grises el firmamento, no sería impedimento para que ella realizara su paseo.
Estaba ansiosa había descubierto en su ascenso una cabaña, llamaba su atención las maderas lustradas del frente, el techo de tejas negras en su sencillez la hacía majestuosa, el césped de los jardines parecía una alfombra, en los canteros las flores eran un estallido de aroma y colores.
Sobre un costado, magnífico se erigía un cerezo, los anillos de su tronco parecían sacados de un cuento, su copa frondosa estaba salpicada de pequeñas flores blancas.
Pensó que la casa estaba deshabitada, traspuso una verja de madera y enredaderas para admirar las flores del cerezo.
Las nubes ya no eran pompones de algodón que tapizaban el cielo, en armonía se habían unido tornándolo plomizo, los rayos de sol desaparecieron, asustada buscó refugio debajo del añoso árbol.
Una fina llovizna cubría con sus gotas las hojas de todas las plantas, el viento con su sílbido llamaba a la lluvia, en ese instante, de la vivienda salió su morador, sorprendida intentó abandonar la cabaña, sin embargo la mirada de ese hombre le inspiró confianza.
El cortó una rama cubierta de flores blancas para obsequiarle a su visita.
Se sentaron debajo del árbol, a medida que conversaban parecían conocerse de toda la vida.
No pudo medir el tiempo,era todo tan agradable que las horas habían detenido su marcha para observarlos.
Al atardecer cada uno conocía la vida del otro, compartían asombro y sonrisas.
La lluvia formaba una tenue cortina alrededor de ellos, de pronto el rodeó sus hombros, ella sintió que su corazón daba un brinco, el instinto unió sus bocas, más tarde enlazaría sus cuerpos.
La cabaña ya no estaría sola, allí moraría el amor infinito.
Pasó el tiempo, la vida fué generosa con esos dos seres, juntos cuidaban sus frutos.
Hoy apoyado en un bastón, observa el mágico árbol, como aquella vez la llovizna se adueñó del paisaje.
Las lágrimas nublan sus ojos, el destino lo dejó solo, bajo el cerezo plagado de flores descansa para siempre el cuerpo de su amada.

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