Wednesday, May 09, 2007

EL MONTE DE LOS OLIVOS

Alondra había emprendido vuelo por última vez, dejando a su esposo sumido en la tristeza y soledad.
Nadie es capaz de comprender la muerte, aún cuando sea la continuación de la vida en otros planos.
Se habían casado unos meses antes, los unía el amor y las ansias de cumplir sus sueños.
El, no podía reponerse a semejante pérdida, debía aprender a vivir solo nuevamente.
Para paliar el dolor se enfrascaba en su trabajo.
Temía enfrentar la vida sin su compañera, los relojes parecían haber detenido el tiempo, la vida de este hombre no tenía descanso.
Una noche llegaba a su casa con la intención de dormir unas horas, a la mañana siguiente debía exhibir una maqueta ante las autoridades del lugar que residía y no podía permitirse una equivocación, eso sería el fin de su carrera, ahora solo debía velar por la vida de su pequeño hijo.
Pidió a la niñera que regresara al día siguiente, el niño descansaba placidamente en su cuna, acercó una silla para contemplar el sueño del chiquito.
No sabe cuántos minutos u horas pasó mirándolo.
Hacía frío, aseguró las ventanas, atizó los leños, un perfume a rosas invadió la habitación, el cansancio lo venció.
Se sintió transportado a un lugar extraño, miraba la arquitectura de más de cien iglesias, algunas formaban arcos perfectos, otras tenían pequeñas cúpulas doradas mirando el cielo.
No sabe como llegó al lugar, la paz se había adueñado de su cuerpo, una reja de madera protegía los jardines donde se erigía un conjunto de olivos, al llegar al más añoso una fuerza lo atraía a mirar la rugosidad de su tronco, las figuras que se formaban en la madera, grandes brazos sostenían la copa del árbol, a los costados de éste había otros de menor tamaño, en todos observaba lo mismo, el rostro de un hombre sufriente.
Un agudo dolor laceraba su pecho, en un instante cayó desplomado, una alondra solitaria revoloteaba el cuerpo inerte, ella cuidaría el sueño eterno del caminante.

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