Sunday, May 06, 2007

EL ÁRBOL DE LA VIDA

Marcia viajaba por el sur argentino, quería conocer el famoso glaciar Perito Moreno.
La excursión consistía en caminar por sobre los hielos que reflejaban los colores del cielo.
Abordaron la lancha que los acercaría al gigante.
Caminaban lentamente, con zapatos especiales que impedían caerse, al llegar a la cima creyeron que estaban más cerca de Dios.
Grandes planchas de hielo rugían antes de desprenderse y quedar flotando sobre el lago.
El guía invitó a unos integrantes del grupo, aquellos que no temían nada a bajar a las entrañas del glaciar.
Las cuevas como bocas gigantes invitaban a recorrerlas, a medida que descendían el celeste predominaba, solo era cortado por vetas negras, el guía les explicó que eran las marcas que había dejado la vida de los que alguna vez , hace muchos años moraban en el lugar, allí conoció la historia de Koonex, la mujer más anciana de la tribu tehuelche.
Esta viejecita vivía en una toldería a orillas del lago, por la mañana se despertaba con el trino de los pájaros, el sol les daba a ella y a los demás integrantes de la tribu el calor y la luz que necesitaban.
Llegó el otoño de su mano trajo las primeras tormentas de nieve, una tarde en que el frío arreciaba, la dejaron sola.
Los lugareños le explicaron que se irían al norte, donde el clima era más benévolo.
Los pájaros por última vez le regalaron la más tierna melodía, migraron acompañando con su canto el camino de los habitantes.
Sola debajo del toldo que era su casa pensó que tenía que hacer algo.
Aguerrida tomó su canoa, el viento soplaba con fuerza, pero ella estaba dispuesta a todo.
Exhausta llegó a la otra orilla, sabía que en las entrañas del glaciar encontraría la respuesta a su pedido.
Comenzó a transitar los túneles del glaciar, en su lengua le pedía a Dios un milagro, aún cuando ella tuviera que ofrendar la vida.
Nada la ataba creía no tener destino , no podía permitir que la soledad se adueñara del lugar que tanto quería.
Estaba cansada, no sabía cuanto había caminado por las profundidades del glaciar, tomó la única manta que tenía, se dispuso a descansar.
Una voz le dijo que ella tendría que ofrecer su vida para que se cumpliera su sueño.
Mientras Koonex se entregaba a su destino, en la otra orilla el viento furioso desarmó su toldería.
El sueño del que nunca despertaría sirvió para que creciera un árbol de frutos rojos.
En él los pájaros tendrían refugio cuando el invierno anunciara su visita, en sus ramas vigorosas descansarían los nidos, el viento los mecería como si fuera una cuna.
Los tehuelches regresaron a sus tierras, admiraban el árbol, sus frutos rojos le sonreían, parecía que en cada uno de ellos estaba la sonrisa de la anciana.
A ella la recuerdan con cariño y respeto, su vida se apagó para dar nacimiento al árbol de la vida.

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