Monday, November 05, 2007

KIYA

De lejos no se ve, es una sombra que tiene muchos años, como tal sobrevivió al tiempo.
Hace muchos años sus progenitores la casaron con un faraón, era una adolescente de singular belleza.
El faraón egipcio tenía varias esposas, Kiya era su preferida, tal vez por esa imágen ausente que se presentó a sus ojos en una de las fiestas del reino.
Vestía ropas sencillas, el largo vestido dejaba adivinar las formas que nacían a la vida, su cabellera dorada asemejaba una cascada, una flor distraída se enredaba en el pelo.
Era una plebeya, la menor de tres hermanos, abrigaba los sueños que tienen todas las chicas, conocer a su príncipe azul, traer hijos a la vida.
Nunca imaginó que sería invitada a la fiesta del palacio, todos colaboraron en la confección de su vestido, parecía una reina.
Eligió para perfumarse la fragancia de las flores.
El faraón quedó prendado de su belleza y juventud, mientras bailaban acompañados por el acorde de las cítaras, el hidalgo caballero le propuso matrimonio.
Ella dudaba, sabía que el soberano tenía otras esposas, todas mayores que ella.
Kiya demoró unos días en contestarle, la fiesta que coronó el enlace parecía salida de un cuento de hadas.
En la ceremonia Ajenatón le obsequió una diadema de brillantes y esmeraldas, éstas jugaban a confundirse con sus ojos.
Todos brindaron por la nueva pareja, las copas de cristal contenían las burbujas de las bebidas, se escuchaba el tintineo de ellas cuando las chocaban para demostrar alegría por la constitución de la nueva pareja.
Kiya bebió la vida con ansias, el nacimiento de su primogénito Tutankamón llevó algarabía al reino.En ese entonces nadie presagiaba las desgracias que acontecerían en el futuro.Todo parecía lejano, su pequeño hijo fue el monarca más joven de la historia, sentía orgullo y miedo, todo sucedía rapidamente.
Al cumplir los diez y nueve años el faraón muere, Kiya no aceptaba los designios del destino.
Mandó construir una cripta con paredes labradas en oro, allí descansaría el fruto de sus entrañas.
Rodeó de tesoros el ataúd, no permitía que nadie se acercara a la tumba de su hijo, solamente tendrían acceso a ella los científicos que fueran capaces de preservar el cuerpo del jóven.
Sucedida la muerte de su hijo ella desapareció del palacio hasta convertirse en una sombra que vagaría a través del tiempo.
Sus ropas negras acompañaban la tristeza infinita de una madre que pierde a su hijo, llamaba a la muerte, quería estar cerca de Tutankamón, sin embargo el destino quiso transformarla en un fantasma.
Hoy lee en los diarios, que el sarcófago que contenía los restos de su hijo fué abierto para mostrarlo a la humanidad toda.
En ese instante, ella que no pudo tener otros hijos que la mimaran, que amorosamente le dijeran mamá, se desvanece, muerta la soledad que la acompañó en vida, una sonrisa se esfuma con las sombras, ahora sabe que estará con él eternamente.

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