Sunday, November 25, 2007

LA SALAMANDRA

La última vez que lo vi me cegó, el resplandor de la luna con sus destellos tornaba las aguas en ondulado espejo de plata.
Era una noche clara, esas que encontramos antes de caminar junto al invierno.
Por la ruta circulaban pocos autos, tal vez fuera por el frío o por la hora.
La casa se erigía cercana al bosque de lengas, al costado del camino el oleaje del mar elevaba la espuma de las olas, que jamás descansaban.
Mientras manejaba pensaba que al día siguiente debería encargar leña, si bien la vivienda tenía calefacción moderna a ella le gustaba usar la salamandra que había conseguido en la casa de antigüedades.
De hierro negro, las patas torneadas le daban un aspecto señorial, tenía bastante capacidad, tanto podía usar leña o carbón, el metal había sido forjado con figuras de barcos y veleros, en el frente una puerta pequeñita le daba seguridad.
Casi siempre la usaba durante el día, pero esa noche dejaría que las lenguas de fuego crepitaran en el interior del receptáculo hasta convertirse en cenizas grises.
Mientras esperaba una señal del hombre que amaba, buscó un álbum de fotos, estaban juntos en diferentes paisajes, en todas las imágenes se notaba el aire triunfador que lo distinguía.
Siempre sonriente, aún en los momentos difíciles, esos que nos traen las lágrimas sin que las llamemos.
Consultó el reloj, ya debería haber llegado, el celular otra vez tenía el contestador, odiaba dejar mensajes.
Le pidió a su asistente que se retirara, hacía frío, ella se ocuparía de mantener la cena que le habían preparado.
Esa noche sería diferente.
Sentada en la alfombra cerca de la salamandra, observaba la luna, parecía que estaba suspendida en el jardín de su casa, desde el álbum de fotos Él sonreía, siempre mostrando su rostro de ganador, aún cuando en la vida poco había logrado.
Sonó el teléfono, Alberto se disculpaba, una reunión exigía su presencia, dejarían la charla para otro día.
Ella no dijo nada, se despidieron como siempre.
Un rato más tarde un amigo común le daba la noticia, su amor compartía en el club de la zona la mesa con varias amigas.
No dijo nada, abrió la puerta de la salamandra, una a una iba quemando las fotos de quien creyó su enamorado, las lenguas de fuego tenían matices azules , ella sonreía plácidamente, una a una quemaba en la hoguera las vanidades las fotografías de ese hombre que jamás volvería a compartir un solo instante de su vida.

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