Monday, January 21, 2008

EL DOLOR DE UN PADRE

A la madrugada sonó el teléfono en la casa del anciano forense.
Se había producido un accidente de tránsito y todos los médicos habían sido convocados para prestar servicio.
Tomó su maletín, el ascensor tardaba, bajaría las escaleras para llegar al garage.
Rumbo al hospital, el ulular de las sirenas rompía el silencio de la noche, en Marcelo T de Alvear un semáforo detuvo su marcha.
En ese instante una ambulancia pedía paso, un escalofrío recorría su cuerpo.
Comenzó a llover, parecía que el cielo lloraba ante la magnitud de la tragedia.
En la puerta del nosocomio pintado alguna vez de color amarillo, como papeles caían las cáscaras de pintura vieja.
Entregó las llaves al playero, no podía perder tiempo estacionando la camioneta.
Caminó los pasillos como otras veces, sin presentir que encontraría tanta muerte en las temidas bolsas negras.
La enfermera le alcanzó el guardapolvo.
Su asistente le colocó el barbijo, los guantes.
En la camilla ,desfigurada estaba el cuerpo inerte de una jovencita, la cabellera suelta cual cascada caía de la mesa de acero.
Con una pinza comenzó a quitar los vidrios del rostro.
Los asistentes le preguntaron si se sentía bien, asintió con la cabeza, su cara pálida demostraba lo contrario, gotitas de transpiración como perlas se deslizaban por su frente.
En un momento se confundieron con las lágrimas del médico, observando a la joven reparó que llevaba unos aritos pequeños de esmeraldas y rubíes.
Rojo pasión, verde esmeralda, eran los pendientes que le había regalado a su hija.

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