Friday, January 18, 2008

PASEO EN HELICÓPTERO

Me invitaron a pasear en helicóptero, jamás había vivido una experiencia así, desde el aire veríamos las bellezas que encierra mi patria.
El cielo despejado anunciaba que el viaje sería óptimo, salimos desde un aeropuerto privado, las aspas de la nave parecían querer ser parte del viento.
Mientras me acercaba a la pista, chequeaba que en mi mochila no faltara nada, estaba la filmadora y la máquina digital, sabía que ambas no alcanzarían para capturar tanta hermosura.
El piloto me ofreció una vincha con auriculares para atenuar el ruido, la rechacé, necesitaba sentir qué se siente al volar como los pájaros, en absoluta libertad.
Una hora de vuelo nos llevó a Corrientes, paisaje increíble, desde la altura se veía un brazo del río, el sol lo había tornado de otro color, las plantas de té junto a él conjugaban los colores rojo pasión, verde esmeralda.
Seguimos hacia el norte Purmamarca ofrecía el colorido de sus quebradas, seguramente inspiración de pintores que volcaban en la tela tan bellos paisajes.
Hicimos escala en la provincia de Salta, desde el aire la Cuesta del Obispo parecía dibujada por las manos del hombre.
Almorzamos en el aeropuerto, mientras esperábamos unas ricas empanadas descargué las fotos y cambié la cinta de la filmadora.
Nuevamente volando, nos dirigimos al sur, todo era asombro. Las vistas que no quedaban en las máquinas quedarían para siempre en mis retinas.
Neuquén desde el aire obseqiaba sus valles y montañas, plumerillos rojo pasión lo encendían.
Hicimos otra pequeña escala, la última para cargar combustible.
Nos faltaba poco más de una hora para llegar a mi lugar, ese que elegí como espacio de mi mundo.
Si, el cielo había transformado, el color de las aguas, rojo pasión, verde esmeralda en los techos, absorta observaba el espectáculo de la naturaleza, había sido pródiga con el territorio, flores silvestres crecían en los lugares menos imaginables.
Los pájaros dibujaban figuras en el firmamento, contenía las lágrimas que engendra la emoción.
Allí donde termina la isla, erguido estaba él, mi faro solitario y fiel.
Vestía anillos rojos y blancos, para recibir a los viajeros de otras latitudes, las olas traviesas salpicaban su estructura de hierro y madera, muchas veces subí las escaleras de caracol para sentirme más cerca del universo, imaginariamente podía tocar las estrellas.
Disfrutaba las historias que me contaba el cuidador, juntos veíamos desde la altura parejas que formaban una silueta cuando se fundían en un abrazo interminable.
La luz del faro recién encendida indicaba que debía regresar a casa.
Descargué las fotos para mostrarlas a mi amiga del alma, gracias a ella pude mirar desde el aire las imágenes más bellas, esas que aún la mano del hombre no ha dañado.
Busqué una etiqueta para identificar la cinta de la filmación, obnubilada por las sensaciones vividas no encontraba el nombre adecuado, opté por amalgamar los paisajes, con las manos temblorosas sinteticé la experiencia en cuatro palabras, rojo pasión, verde esmeralda.

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