Wednesday, January 02, 2008

CELINA Y LOS RECUERDOS

Todos a los veinte años éramos fabricantes de ilusiones, realizadores de utopías,arquitectos de sueños.
Vivíamos apurados, tratando de ganarle minutos, segundos a la vida.
Los que no habían tenido la oportunidad de continuar sus estudios, había comenzado el arduo camino del trabajo, pese a todo, los fines de semana nos encontrábamos en cualquier sitio para contarnos nuestros sueños.
Sentados en el césped de una plaza, formábamos un círculo, casi siempre nos acompañaba una guitarra para amenizar con la música esos momentos inolvidables.
Una cámara fotográfica era nuestra compañera inseparable, queríamos capturar los momentos que seguramente no se repetirían.
Hoy que ya pasé las ocho décadas, vuelvo a la plaza.
El paisaje está cambiado, el lugar que ocupaba la calesita hoy tiene una fuente de mármol, es enorme, la corona un ángel, es el guardián que cuida el alma de los que han partido, unas cabezas de león conforman los grifos, el agua culmina cristalina en una cascada, el olor a pasto recién cortado se mezcla con el aroma de las flores.
Cierro los ojos, los recuerdos se aglutinan en mi mente, no los quiero dejar escapar, son los que me ayudan a despertar cada día.
Hace calor, busco refugio en la sombra de un árbol, sus flores rosadas tienen una exquisita fragancia.
Los pájaros acompañan mi soledad con sus trinos.
Estoy soñando con aquella época lejana en el tiempo pero viva en mi corazón.
Vuelvo a escuchar la risa de mis amigos de entonces, sonreímos cuando Ernestina nos cuenta que le robaron el primer beso.
Recuerdo la llegada de los hijos de mis amigos, también cuando sola emprendí un largo viaje, estaban todos despidiéndome en el aeropuerto.
Conocí lugares de belleza singular, otras culturas, pero el amor siempre fue esquivo, quizás porque fuera demasiado exigente me olvidé de vivir.
Hoy regresé a la plaza, tenía la idea de encontrarlos, con más años, más vivencias.
Mientras atesoraba los recuerdos, un dolor profundo como una daga atravesó mi pecho.
Me recosté en el banco de la plaza, no advertí que un anciano de barbas blancas me tomaba la mano, me pedía que estuviera tranquila, solo bastaba mirarlo a los ojos para encontrar paz.
¿Lo conocía?.
Sus movimientos me resultaban familiares, la memoria no me ayudaba.
Lejana se escuchaba el ulular de una sirena, me subieron a una camilla, el desconocido permaneció a mi lado, sus manos tibias intentaban darme fuerzas, acariciaba mi rostro, en un momento pronunció mi nombre, suavemente depositó un beso en mis labios, al oído me susurraba, Celina, no te vayas, ahora que te encontré te exijo que sigas viviendo para mí.
Sus brazos rodearon mi cuerpo tieso, su aliento acompañó mi último suspiro.

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