Monday, February 11, 2008

EN BÚSQUEDA DE LA LIBERTAD

Desde la muerte de su esposa Halim, se había entregado a la bebida, los tres hijos mayores del matrimonio, ataviados con túnicas naranjas y marrones,descalzos caminaban por la playa vendiendo cuencos de barro.
Aisha la pequeña de diez años era la encargada de las tareas de la casa, construida con ladrillos de adobe, para la niña era como un palacio, sobre las mesas estaban las carpetas que había tejido la madre, cerca de su cama,en el ropero escondía el sombrero de paño marrón, adornado con flores multicolores y varas de muguet que la madre utilizara cuando se casó con su padre.
Todos hablaban de ella tenía una belleza exótica, Aisha la conocía por fotos, la mujer había muerto al dar a luz a su hija, la nena había heredado la mirada de su madre.
Finalizada las labores de la casa, se ocupaba de darles de comer a los animales, algunas gallinas, dos cerdos,también debía llevar a pastar a las mulas.
Cuando los hermanos regresaban de vender los cuencos, ella tenía listo el almuerzo.
Con violencia el padre les quitaba las monedas conseguidas, salía a comprar vino y licores.
Pasado un rato entre los cuatro chicos acomodaban al padre en un camastro para que durmiera.
Los vecinos de la aldea ayudaban a los chicos, le habían ofrecido a Halim hacerse cargo de la niña, para él sería más fácil, convivir con los varones.
Se opuso con fiereza.
Los días transcurrían sin grandes cambios, adicto al alcohol castigaba a los hijos cuando las ventas disminuían.
Una tarde de invierno apareció Samir, hombre de dinero, residente de otro poblado bastante lejano, conocedor de los gustos de su amigo, de las alforjas que llevaban las mulas sacó un fajo de dinero, sería para él si le vendía a su hija, agregaría dos mulas y sacos de maíz.
No le importaba la edad de Aisha, apenas una niña que lo miraba horrorizada, cuando todas las niñas juegan, ella debía casarse con un hombre al que aborrecíaPrepararon el viaje, cargaron las mulas con alimentos y abrigo.
Debían cruzar la montaña para llegar a la casa de Samir, el frío helado dejaba marcados los rostros de los viajeros, la pequeña lloraba asida al paquete que contenía el sombrero con flores.
Faltaba poco para cruzar la frontera, en ese espacio la vegetación contrastaba con la dureza de las piedras, ataron las mulas, se dispusieron a comer, el hombre intentaba acariciar a la niña, esta lo rechazaba con lágrimas en los ojos, le recordaba a su padre, bebía licor sin descanso, en un descuido de Samir, mareado por la bebida, Aisha tomó el paquete que la había acompañado durante el viaje, comenzó a correr.
Cruzó la frontera para alejarse, tres hombres armados apuntando sus fusiles al cielo, cubrían su huída.
Del otro lado la niña comenzaría una nueva vida.

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