Tuesday, February 05, 2008

LA CALESITA

Andrés seguía la tradición familiar, era calesitero.
El abuelo la había ubicado en lo que posteriormente sería una plaza de un barrio de Buenos Aires.
Cuando el era pequeño, el anciano le contaba historias, antes las calesitas no tenían motor, las hacía girar la fuerza de un caballo.
Pasaron los años, Andrés , había heredado esa calesita, los terrenos lindantes se habían convertido en una plaza.
En los bancos de piedra por las mañanas los más viejitos buscaban la sombra de añosos árboles.
Cuando caía el sol los jóvenes paseaban tomados de la mano, mostraban amores nacientes a quienes quisieran observarlos.
De los cuidados canteros, alguno cortaba una flor para regalar a su amada.
Andrés es un hombre bueno, adora a los chicos, muchas veces dejaba entrar a los más carecientes, sin cobrarles boleto.
Con esfuerzo y trabajo agiornó la calesita, renovó la pintura de todos los juegos, agregó otros más modernos.
Era feliz regalando la sortija que otorgaba otra vuelta.
Los caballitos , color de cielo subían y bajaban, parecía que lo hacían al son de la música.
La risa de los pequeños hacía inaudibles las canciones.
Todos festejaban.
Cuando en el cielo esplendorosas, se colgaban las estrellas, Andrés terminaba su jornada.
Bajaba la lona que protegía la calesita, cerraba con candado la puerta de alambre.
En la casa lo esperaba el amor de su mujer, en el moisés descansaba el fruto del amor, aún no conocía de los malestares del mundo moderno.
Esa noche Andrés no podía conciliar el sueño, estaba inquieto, bajó el aire acondicionado, tapó con las sábanas al pequeño y a su mujer.
Caminó silencioso, las diez cuadras que lo separaban de la plaza.
Un escalofrío recorrió su cuerpo al sentir las sirenas de los bomberos que se acercaban al lugar.
Cuando llegó, todo era cenizas, preguntó a los que presenciaban el incendio si alguien había visto algo, por respuesta solo recibió silencio.
El trabajo de años, quedó reducido a nada.
Otra vez los vándalos habían dejado su marca, los sueños de los niños convertidos en cenizas.
El silbido del viento las elevaba con rumbo incierto.
Mañana no habría risas en la plaza, los niños no entienden las conductas de los hombres, solo se preguntarán ¿Por qué?

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