Monday, March 03, 2008

NEGRO AZABACHE, ROJO PASIÓN

Marisa era una mujer grande, encerrada en el cuerpo de una jovencita, su cara lozana no mostraba el paso de los años, el cuerpo esbelto provocaba la envidia de cualquier veinteañera.
Piernas larguísimas, pequeña cintura, curvas suaves, los hombres se volvían locos al mirar sus ojazos verdes.
Viajera incansable conoció las mieles del amor, los duraderos y los efímeros.
En uno de sus viajes conoció a Omar, fué amor a primera vista.
Él venía de otra cultura donde las mujeres muestran sumisión absoluta hasta el punto de verse envueltas en ropas que tapan el cuerpo.
Se despidieron en el aeropuerto de Estambul, con la promesa de reencontrarse en Buenos Aires.
Omar estaba decidido a todo por el amor de esa mujer que le quitaba el sueño, la familia criticaba esa relación augurándole todos los males conocidos y por conocer.
No le importaba nada, solo el amor que generaba su futura esposa.
Instalado en Buenos Aires, convivieron en el lujoso departamento de ella, necesitaban unirse eternamente, para prolongarse en la vida de los hijos.
El dejó atrás todo, se convirtió a la religión que profesaba ella, eligieron fecha para contraer enlace, la ceremonia sería en invierno.
En la casa crepitaban los leños al compás de los cuerpos unidos, era una sinfonía de amor perfecta.
Omar no sentía el desarraigo, estaba feliz con la mujer elegida.
Marisa visitaba diseñadores, en su mente estaba el vestido soñado, eligió una fina seda de color negro, el talle se destacaría con bordados de finos cristales, en las manos llevaría tres rosas rojas, haría juego con la única joya que llevaría, un delicado colgante, en el centro un rubí rodeado de diamantes, sostenido por una cadena de platino, regalo del novio.
La iglesia fastuosa estaba colmada de invitados, el altar ornamentado con manteles blancos, en ellos descansaban blancas azucenas, algo de follaje y alguna rosa roja rompería la monotonía del blanco.
Sola avanzaba lentamente por la alfombra, la música envolvía a todos, él la miraba arrobado, las miradas se encontraban, en el ambiente flotaba el amor que sentía la pareja, Omar extendió su mano para recibirla, todo era casi perfecto.
El sacerdote comenzó a leer algunos pasajes bíblicos, ambos recordaban en ese instante los renunciamientos a que habían sido sometidos, por quienes piensan diferente.

Una niña llevaba la bandeja con los anillos, en el momento de pronunciar el “Si quiero”, el silencio se quebró con un disparo.
Abdul había concretado su obra, lánguida ella moría en sus brazos, besó sus labios inertes.
Corrió hacia su padre le arrebató el arma, descerrajó un tiro en la sien, desequilibrado caminó hasta Marisa, aún respiraba, pudo decirle cuánto la amaba.
Ahora como antes enlazaron sus cuerpos viajan por el camino de la eternidad.

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