Hola querido hijo.
Te saludo en una mañana soleada y cálida.
El otoño nos sorprende
a diario, l.
A las jornadas casi invernales, les siguen días
primaverales, como el de hoy.
No sé si recordás la casa quinta de tus abuelos maternos, en
las afueras de la ciudad.
Mis musas volvieron a transportarme a épocas felices de mi
niñez.
La adquirieron, avanzado el otoño.
Cuando arribamos la primera vez el amplio jardín estaba
ocupado por un colchón de hojas rojizas, ocres y amarillas.
De un árbol añoso
colgaban dos sogas sosteniendo un columpio, con asiento de madera.
Tu abuelo quería sacarla para reemplazarla por una más
moderna.
Atribuladas en medio de un mar de lágrimas pedimos no lo hiciera.
El abuelo insistía en las nuevas eran más seguras dado que
tenían forma de asiento, con una especie de cinturón de seguridad.
Fue tanta la insistencia que decidió dejarla, colocando las que deseaba para nosotras, en el parque
de atrás de la enorme propiedad, anexando otros juegos para que disfrutáramos.
Personalmente me gustaba esa, un poco rustica, pero permitía ver el exterior ya que el árbol
estaba plantado sobre el frente y desde ese hallazgo podía ver a quienes
transitaban por las veredas del barrio y los pocos autos que circulaban por
allí, respetando las normas de tránsito.
En esos sitios de descanso de fines de semana, el tráfico
mermaba.
Nadie vivía apurado como hoy donde ni siquiera los semáforos
pueden detener, el rodar enloquecido de los vehículos.
Todos tienen premura por llegar, utilizando la misma vía sin
Pensar deben, respetar el lugar del otro.
¿Llegar rápido para qué?
En verano invitábamos
a nuestros amigos para estar en la piscina los días calurosos.
Al final de la jornada quedábamos extenuados de tanto jugar
y nadar.
Nunca lo hice pues le tengo terror al agua y a las alturas.
Temporadas inolvidables donde el reloj no ocupaba un lugar
privilegiado, como ahora que todo el mundo controla los horarios a través de
los móviles.
Los caseros los fines de semana preparaban, parrilladas
deliciosas.
Lo único que se nos pedía era dormir la siesta, para no
estar expuestos al sol del verano o el rigor invernal.
Constatando mis padres estuvieran dormidos, nos escapábamos
sigilosamente, a jugar en silencio.
A veces nos retaban por no ser obedientes.
Retos con sonrisas disimuladas por efecto de nuestras
travesuras, no eran pocas.
La propiedad con el tiempo se vendió.
Mi columpio quedó allí esperando, volviera por él.
Toda la familia se parece nunca regresamos al lugar donde
sin dudas habían quedado recuerdos del ayer, donde jamás pensábamos en el
futuro por venir.
Laura mi amiga llegó a conocer la propiedad, cuando preguntó
por qué prefería, ese columpio y no los otros, respondí.
“Me gusta éste”.
Al no regresar por ese sitio no sé si las sogas de aquel
estarán en el mismo enclave.
Quería contarte uno de los tantos episodios de mi niñez.
También dejar una poesía referente a un columpio especial.
“EL COLUMPIO
Autor: Gonzalo Ramos Aranda
“Surca el viento, fiel . . . con tiento.”
De henequén, bien reforzadas,
dos sogas son amarradas
a rama fuerte, uniforme,
de una jacaranda enorme.
Tal brazo les da de abrazos
a ese par de recios lazos,
como eje fijo les sirve,
la escena es irresistible.
Ya que, a lianas adherido
un asiento suspendido
se muestra absorto, admirado,
aunque, en principio, calmado.
Tranquilo, sin tener prisa,
confía en que llegue la brisa,
anhela el aliento humano
vigoroso, franco, sano.
Aguarda el momento justo
de moverse, darse gusto,
espera iniciar el viaje
consciente de su linaje.
Desea que alguien lo aborde,
que lo impulse, empuje, acorde,
hecho lo cual, muy gracioso,
proyectándose precioso.
El columpio presto, sube,
baja, asciende hasta una nube,
desciende, se eleva al viento,
surca altivo, así, con tiento.
En un balanceo que crece
el pasajero se mece,aprieta duro el ombligo,
se “autopropulsa”, les digo.
Las piernas encoge, estira,
mientras panorama mira,
un buen consejo recuerda
asirse firme a la cuerda.
Sentarse fijo centrado
para no “salir volado”;
ley de gravedad opera
en ir y venir que impera.
La rama del árbol cruje
sin queja, feliz, recruje,
por bajadas y subidas
del trapecio, repetidas.
Necesaria resistencia,
aguantar, sentida esencia,
la actividad que sublima
es dicha que no termina.
El columpio toma y daca
con ritmo, como una hamaca,
linda curva, leal, dibuja
con fascinación que embruja.
Por el aire, entretenido,
es péndulo sostenido,
la energía le da la vida
de agasajo, divertida.
Balancín al firmamento,
oscilar su fundamento
rasgar el cielo fraterno
vivo en busca del Eterno.
La gloria, terso, acaricia,
de niñas, niños, delicia,
el vértigo les produce,
al júbilo los conduce.
Después de larga jornada
de alegría desmesurada,
de pasearse en el espacio,
ya, sin bamboleo, . . . despacio.
El columpio tan soñado,
bien contento, aunque agotado,
poco a poco queda quieto
esperando, nuevo reto.”
Evoco cuando te reías de las travesuras de mi niñez, donde
todo era alegría.
Quisieron los arbitrios del destino, dar vuelta mi vida para
presenciar la realidad menos esperada.
Nunca aceptaré no tenerte, como antes.
Cada día es más trise y extraño no poder darte un beso como
ayer.
Te ruego aparezcas en mis sueños.
Es una forma que permitiría acariciarte y darte un abrazo
fuerte, interminable.
Conocés, no está en mis planes sobrevivir demasiado tiempo
más.
Carece de sentido cuando sé estás lejos de mi alcance.
¿Por qué no puedo verte corporizado?
¿Por qué no escucho tu voz
cuando en estado onírico puedo verte?
Te amo hijo querido, hoy más que ayer.
Preciso tu ayuda para dejar suelo terrenal.
Conservo la ilusión del reencuentro viva en mi alma
destrozada por el dolor de tu ausencia.
Hijo querido como lo
realizo a diario en estas conexiones mágicas te pido una vez más, por favor nunca olvides cuanto te quiere,
mamá.
https://www.youtube.com/watch?v=wDpW0rPDTDU
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