Monday, October 08, 2007

EL ORFEBRE

En este mundo púrpura decidimos llevar a cabo un viaje a las cataratas del Iguazú, ya conocíamos el lugar plagado de encanto supimos admirar la belleza de sus saltos, nos internamos en la selva misionera, la tierra roja enmarca todos los verdes conocidos, la naturaleza ha sido pródiga con el lugar.
Estábamos observando la magnificencia de la Garganta del Diablo, lugar que ruge en forma constante, el agua levanta una fina llovizna, cientos de gotas forman arcoíris que hacen que los turistas se rindan ante tanta hermosura.
Los cormoranes, asustados por la presencia de tantos viajeros se esconden detrás de la cortina de agua.
El guía nos ofreció una excursión a las minas de Wanda, a unos cuantos kilómetros de Iguazú, aceptamos inmediatamente, nos habían hablado del sitio, pero al viajar en avión nos perdimos muchas bellezas de la tierra misionera.
Salimos del hotel muy temprano, todas las plantas pese al calor del lugar estaban vestidas con perlas que había formado el rocío.
En el pasaje viajaba un orfebre, le habían encomendado una joya diferente.Mientras la camioneta atravesaba el camino, el artista diseñaba diferentes anillos a los que posteriormente engarzaría diversas gemas.
Al llegar a lugar el artista se mostró desilusionado, el recibidor era una tienda, en las vitrinas se podían ver desde cadenitas hasta llaveros, nada se parecía a sus creaciones exclusivas.
La sorpresa llegaría minutos después.
Apareció el dueño de la mina a cielo abierto, nos invitó a recorrerla.
En la tierra se habían formado de manera natural algo parecido a unos pozos no llegábamos a ver el final de los mismos, nuestra vista se detenía ante la cantidad de gemas que ofrendaban las entrañas de la tierra.
Las piedras semipreciosas obnubilaban la vista de los visitantes, los rubíes intentaban opacar las otras piedras, los cuarzos reflejaban el formato de las estrellas, entre todas ellas se destacaba una geoda de amatistas, nacían en una piedra de forma abovedada, el color púrpura inundaba e espacio.
El orfebre dejó volar su imaginación, contó el dinero que llevaba en su billetera, sonrió feliz, podía comprar una geoda entera.
En su taller procedió a despegarlas de ese trozo de tierra, no podía creer en la belleza que se mostraba ante sus ojos, con cuidado extrajo una de las gemas centrales, el color violáceo le indicaba que era la de más pureza, tenía una cantidad de facetas difíciles de contar, en ese instante decidió que debía desistir del anillo, la engarzó en forma de gota, sería un dije para lucir en el pecho, completó su trabajo con una cadena de oro amarillo.
Esa joya no la vendería nunca, buscaría la forma de cumplir con el trabajo encomendado.
Las gemas de noche tomaban vida, hasta creyó escucharles decir que solo lucirían en el pecho de un ser que amara profundamente.
Por ahora la cadena y su dije descansan en un exhibidor de terciopelo tan azul como el cielo cuando anochece.
El orfebre sabe que esa creación pronto tendrá su dueña para siempre.

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