Tuesday, October 16, 2007

UN REY SOLO

Los ojos del rey de Swazilandia miraban la belleza del palacio que había construído después de la muerte de su padre.
Derrochaba el dinero de la comarca en fiestas fastuosas, venían invitados de todos los lugares imaginables.
El palacio era una fortaleza inmensa rodeada de piletas y lagunas de aguas artificiales, de esa forma podía recordar el lugar en que había pasado la mayor parte de su vida.
Flores exóticas circundaban los amplios jardines, el perfume de las orquídeas silvestres le impedía ver más allá de su reino.
Había desposado a una mujer bella, noches de amor intenso habían sido el marco perfecto para procrear a sus hijos.
Los niños tenían institutrices, hablaban varios idiomas, pero su padre enérgico jamás les permitía salir de esa caja de cristal.
Nehanda cumpliría la mayoría de edad, estaba decidido, la casaría con el príncipe de Nepal, aún cuando su hija preferida no lo amara.
En tiempo récord construyeron la casa donde viviría la pareja, pegada al reino, dotada con todas las comodidades que la mayoría de los lugareños no conocía.
Nehanda odiaba la manera de conducirse de su padre, intuía que fuera del palacio había otra vida.
Una noche tomó la determinación de escapar, no tenía rumbo cierto, caminó varias horas, llegó a una aldea, ese sería su lugar en el mundo, cambió sus ropas lujosas por una túnica idéntica a la que usaban las mujeres del lugar.
Al despertar, el monarca reunió a todos sus hombres debían encontrar a su hija, pagaría muy bien, a la recompensa, agregaría a la doncella más bella del reino.
La buscaron durante meses, la encontraron en un hospital de campaña a punto de dar a luz a su primer hijo.
La lividez de su rostro presagiaba el desastre, la delgadez se había apropiado de su silueta, no era la misma muchacha saludable que había huido de la comarca, mantenía inalterables los rasgos de su belleza, al traer vida a la vida la muchacha moría infectada de SIDA.
El rey preso de dolor ordenó incendiar la aldea, pensaba que de esa manera el mal no se propagaría.
La reina huyó para seguir el destino de su hija.
Solo en el palacio quemó los símbolos que identificaban al reino, de nada servía tener un escudo sostenido por los reyes de la selva.
Todo se desvanecía, hasta su propia vida,convirtiéndose en delgadas y grises cenizas.

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