Monday, September 23, 2019

DORADO DESIERTO



La soledad es muy parecida a los paisajes del desierto.
La vida es casi inexistente.
El paisaje, es tan dorado como cada destello del sol.
Juntos conocimos el desierto más seco del orbe.
El de Atacama.
Para cumplir. nuestro objetivo viajamos hacia un pequeño estado de Chile.
El pájaro de alas de acero nos dejó en la localidad de Iquique, casi con el límite de la República de Bolivia.
La zona urbana se conoce en poco más de una hora.
Como en todos los centros turísticos, posee los edificios gubernamentales alrededor de una plaza.
Iglesia donde se venera a la Virgen de la Candelaria.
Municipio y algunos otros de menor importancia.
Es una ciudad bastante visitada por el turismo nacional e internacional.
Zona franca que permite adquirir los objetos más variados libres de impuestos.
Playa extensa sobre el océano Pacífico cuyas aguas le han robado el color al límpido, cielo añil.
La sombra de la cordillera gigantesca es utilizada por quienes no desean dorar sus cuerpos al sol.
El clima desértico, hace que el agua se cuide más que en otros sitios del orbe.
La lluvia es escasa.
Anualmente no alcanza un digito.
Solo el año pasado en un día cayeron diez milímetros de lluvia que innundaron la ciudad.
Las autoridades priorizan el orden.
Vigilan no se derroche el agua, existiendo días y horarios para lavar las veredas.
Absolutamente opuesto a nuestro país, donde quienes no saben valorar aquello que poseen, mientras lavan el auto, dejan la manguera en el piso mientras conversan con cuanto vecino pasa.
Cristalina el agua no deja de correr.
Derroche innecesario.
Conocen es vital y falta en otros sitios del planeta.
Quien tiene una conducta desidiosa, no repara en ningún valor y menos en la necesidad del otro.
Nos levantamos temprano.
Nuestra caminata se detuvo ante las puertas de una agencia de turismo.
Ofrecían un viaje hasta el desierto de Atacama.
Cruzamos las miradas, realizaríamos ese viaje tan prometedor.
Para llegar se utilizan camioneras cuatro por cuatro.
No se puede transitar con un vehículo común.
Llegamos al último lugar poblado dos hileras de casas bajas enfrentadas, surcadas por la calzada de cemento que nunca se puede visualizar.
El viento transporta las arenas de Atacama sin prisas ni pausa.
Los habitantes, venden artesanías a los turistas.
Son amigables, educados.
Las viviendas solo reciben la iluminación de Febo.
Un encargado concurre a la ciudad en búsqueda de alimentos para subsistir y adquirir los elementos para la fabricación de las artesanías que luego venderán.
Con destreza los conductores de las camionetas comienzan a pasar por caminos de arena.
Un cactus de considerable altura pareciera estar feliz ante tantas fotografías que le toman.
Se vistió de fiesta.
Los tres brazos con espinas parecieran pedir “No me toques, te lastimaré sin desearlo”
En la cabeza lleva un sombrero con forma de flores, color rosado.
Contrasta con el tono de la arena.
Continuamos ingresando al desierto.
Aislada del resto encontramos otra casa en absoluta soledad.
El guía nos contará que pese a los ofrecimientos del gobierno quien mora allí no desea abandonar el lugar.
Una palmera con pocas hojas es la única señal de vida biológica.
¿De dónde sacará el agua para sobrevivir?
Hay un pequeño oasis.
Pese a que la arena vuela sin cesar, el curso de agua es azul.
Una diminuta vertiente de un ago que hace miles de años comenzó a secarse.
Es agua dulce que el tiempo hará desaparecer en su totalidad.
Debe ser dificultoso vivir allí.
Solo quien habita ese espacio tan hostil sabe por qué desea seguir allí.
Nadie conoce la historia del hombre.
Cuando le preguntamos, sonríe, baja la mirada.
Algún secreto guardará.
No es bueno molestar a quien elige el silencio para sobrevivir.
Solo cambia el panorama el silbido del viento.
El aullido estremece.
Es acompañado por nubes de arena a las que todos le buscamos formas diversas.
Duele la soledad, menos que la arena que filosa golpea las extremidades descubiertas.
El guía nos dirá, estamos frente a una duna gigante.
Los rayos dorados del sol aumentan la intensidad.
Te noto más inquieto que siempre.
Al preguntarte si te sentís bien, responderás que cuando lleguemos al hotel me contarás.
Atravesamos unos pocos kilómetros más.
Las camionetas detienen su marcha para tomar fotografías.
Todos empuñan sus móviles.
No podés disimular el disgusto.
En voz casi inaudible expresarás tu malestar: “No tiene sentido fotografiar kilómetros de arena.
Nada te inspiran.
En mi caso estoy conmocionada ante semejante espacio sin señales de vida.
Es imposible seguir adelante.
No está permitido.
Recuerdo que allí se corren algunas etapas de determinadas carreras de autos.
Son seguidos desde el aire por helicópteros.
Excelente medida para quienes deciden cruzar el desierto.
Durante el regreso no emitirás ninguna palabra.
No advierto molestia.
Sí, un dejo de tristeza cubre tu bella mirada.
Llegamos al hotel.
Serás el primero en ducharte.
Mientras espeto mi turno, reviso tu celular.
Solo tomaste foto del caserío de la entrada al desierto.
Varias fotos a cactus gigantes, algunas más al habitante cercano al oasis.
Mientras el agua refresca mi piel, quitando todo vestigio de arena, seguís en silencio.
Sé que nada debo preguntar.
Cuando lo desees contarás tus sensaciones.
Salimos.
El objetivo es almorzar.
Mientras esperamos, expresarás el paseo te pareció horrible.
No entendiste para que , sacaban fotos a montañas de arena, carentes de naturaleza.
Te asiste la razón.
Comento que no todos reaccionamos de la misma manera ante las postales del dorado desierto.
Sin anestesia, como es habitual, preguntarás si el silencio es compatible con la muerte.
No necesariamente.
Hoy que han pasado varios años de esa visita, no puedo dejar de conectarla con esta realidad conmovedora.
En aquel entonces en apariencias eras un ser de gran vitalidad.
Lo demostrabas a la hora de nadar, en el gimnasio o en cualquier actividad física que desarrollaras.
¿Habían aparecido signos que te llevaran a pensar en tu temprano final.
El tema de la muerte se reiteraba en cualquier circunstancia.
El corazón se oprime cuando una y otra vez repetías tu elección, “Ma no quiero estar en una bóveda ni espacios cerrados, deseo ser incinerado.
¿Podrás recordarlo cuando muera?”
Tu insistencia sobre un tema tan triste, vista hoy, demuestra de manera inequívoca tu percepción.
¡Qué penoso fue cumplir tu voluntad!
¿Cómo supiste morirías tan joven?
¿Quién apareció en tus pensamientos, develando el final?
¿Por qué siempre, aún en la despedida, tu prioridad fui yo?
¿Cómo pudiste ser tan sabio y generoso?
Elegiste solo a tres personas para pedirles “Cuiden a mi mamá”
Tres seres especiales.
Más allá de cualquier circunstancia, sabías, estarían conmigo.
¿Puedo contarte algo dicho en otras ocasiones?
No deseo estar más en suelo terrenal.
Nadie puede mantenerme cautiva en contra de mi voluntad.
La razón es simple, profunda.
Te extraño de una manera muy difícil de cuantificar.
No preciso estar aquí.
¿Por qué el destino nos separó?
¿No tuvo otros objetivos?
¿Cómo hacerle entender, los hijos no deben, morir?
Preciso estar a tu lado.
Me falta fortaleza para seguir guardando besos cuyo destinatario sos vos.
Es demencial pasar mil quinientos días son escuchar tus palabras expresando cariño incondicional.
Más que el agua para subsistir deseo abrazarte.
No me alcanza recibir tu energía a diario.
Ya no.
Es muy triste repetir a diario al hijo que se trajo a la vida para que viviera que nunca olvides cuanto te quiere tu mamá.

https://www.youtube.com/watch?v=srGNjGJz-RI

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